sábado, 28 de septiembre de 2013




La brujería y la medicina
Desde tiempos paleolíticos las mujeres fueron las primeras investigadoras de los poderes de las plantas medicinales, no puede ser casual que las principales plantas usadas en la farmacopea conserven nombres de ninfas o diosas o el hecho de que la propia planta forme parte de un mito (la sabina, el laurel, la menta, la artemisa). Homero ya habla en la Iliada de la hechicera Agamede, famosa por conocer todas las virtudes de cada droga y planta medicinal que existía en la tierra. Muy relacionada con el conocimiento de las drogas volvemos a encontrar a Kundalini, a la serpiente, quien por su capacidad de cambiar de piel es símbolo de resurrección, enrollada en la copa –el caldero-útero de la gran Madre- que sostiene Hygia, una de las diosas de la salud que ha llegado a convertirse en el símbolo de las farmacias.
En el antiguo Egipto las sacerdotisas practicaban la cirugía, en la antigüedad clásica muchas muejres alcanzaron fama practicando la medicina, de lo cual dan testimonio Plinio o Galeno, hasta el siglo XVI existen en Europa mujeres barbero, o sea que eran dentistas y cirujanas y no se limitaban a ejercer de parteras. Las saludadoras, sanadoras, curanderas, chamanas eran muy respetadas y estaban muy duchas en obstetricia y ginecología, hábiles comadronas, eran depositarias de antiguos secretos y bebedizos para favorecer o impedir la concepción, expertas en prácticas abortivas así como en reparar virgos y también en filtros y maniobras obstétricas que mitigaban los dolores del parto, algo moralmente reprobable, porque como la maldición bíblica obliga a la mujer a parir con dolor, aliviarlo es pecar. Pero no sólo se harán culpables de pecado, sino que la fundación de las Universidades, a las que a las mujeres se les hace muy dificil acceder, las va a enfrentar a otra forma de poder masculino: el de los médicos que, al encontrar en la bruja una seria competidora, califican su arte de “no científico” hasta el punto de afirmar que si su ciencia es incapaz de curar a un enfermo, se debe a que la enfermedad está causada por una maldición brujeril, y cuando la bruja es capaz de curar la enfermedad para la que el médico no halla remedio, es porque ha utilizado un remedio diabólico. Todo ello no impedía que los propios médicos siguiesen creyendo en el poder y la sabiduría de las brujas, y por poner un ejemplo, cuando el Colegio de Boticarios de Valencia tenía que preparar la “tríaca magna”, desplazaba a varios boticarios a Villafranca de Morella, donde en pocos días, las mujeres ancianas de esa ciudad hacían gran acopio de víboras hembras que no estuviesen en periodo de cría; esta medicina era un electuario curalotodo cuyos componentes eran –entre otros- la miel, una respetable cantidad de opio y carne seca de víbora; se usaba para contrarrestar una amplia gama de enfermedades –desde transtornos digestivos, pasando por la obesidad hasta problemas cutáneos- y, particularmente, era un infalible antídoto contra venenos. De la gran reputación de que gozaba este remedio –sobre todo en tiempos en los que los envenenamientos no procedían sólo de picaduras de alimañas o reptiles-, da fé la circunstancia de que hasta principios del siglo XX, la farmacia vaticana siguiera preparándola y dispensándola.